
A este ritmo le tendré que pagar la cena a la puta ladiya ¬¬
UN LUGAR INHÓSPITO, SALVAJE, CRUEL Y DEJADO DE LA MANO DE DIOS (¿QUÉ DIOS?) DONDE EL SUELO QUE PISAS CAMBIA DE BANDO CADA MINUTO, DONDE SÓLO LOS VALIENTES SON BIENVENIDOS Y SÓLO ELLOS MOSTRARÁN EL CAMINO DE LA VERDAD AL RESTO DE LOS MORTALES.
Situada en el lado norte del cabo Evans, en la Isla de Ross, la cabaña de Robert Scott fue el último lugar en el que él y otros cuatro compañeros se alojaron antes de partir hacia el Polo Sur. Murieron durante una tormenta meses más tarde, cuando regresaban del polo con la desolación de saber que Amudsen había llegado antes que ellos.
Cien años después, en esta cabaña perdida en la Antártida, algunas de las pertenencias de Scott y sus hombres permanecen tal y como las dejaron. Los camastros donde dormían o la mesa donde hicieron su última comida antes de partir hacia la muerte, siguen esperando en su sitio como si el tiempo no hubiera pasado.
En enero de 1908, Ernest Shackelton emprendió la segunda de sus míticas expediciones antárticas con la intención de alcanzar el polo sur geográfico. Durante su larga estancia en la Antártida, los hombres de Shackleton construyeron una casita de madera en el Cabo Royds, unos 40 kilómetros al norte de la cabaña de Robert Scott.
En este lugar, la sensación de que sus inquilinos se acaban de marchar es aún más viva que en la cabaña de Scott. Las botas y la ropa de los hombres siguen colgadas de las cuerdas, hay restos de comida sobre una sartén y pedazos de pan sobre la mesa.
Cada uno de los rincones de esta cabaña esconde una pequeña historia, un detalle de la vida de aquellas personas que se jugaban la vida por alcanzar un sueño. Si uno se esfuerza un poco, puede encontrar alguna joya entre los bártulos congelados, como esta firma de Shackleton sobre una de las cajas.
Al igual que la cabaña de Scott, este lugar está incluido en la lista de World Monuments Watch, como uno de los patrimonios culturales que podrían perderse en breve si no se hace un esfuerzo para conservarlos. El plan de recuperación consiste en la restauración de las cabañas, que están muy dañadas por el peso de la nieve, y la restauración y sustitución de muchos de los objetos, que ya están siendo trasladados.
En la fotografía, tomada el 5 de enero de 1915, un grupo de hombres juegan al fútbol sobre la soledad de la Antártida. Al fondo, un barco les espera en mitad de la nada. Ninguno imagina que serán los últimos instantes de felicidad en mucho tiempo. En apenas unos días, los inmensos bloques de hielo se tragarán el “Endurance” y lo aplastarán como si fuera de papel. Sus 27 tripulantes quedarán atrapados en un témpano flotante y viajarán a la deriva durante más de veinte meses, en la mayor pesadilla de supervivencia jamás imaginada.
Hay un poso de inquietante belleza en cada imagen. En el momento de la fotografía, la expedición lleva cinco meses de viaje. No hay restos de vida en cientos de millas a la redonda. El barco se ha abierto camino por el helado mar de Weddell y se encuentra a 160 kilómetros de su destino. El propósito del intrépido Ernest Shackleton, una vez que Amundsen y Scott han alcanzado el Polo, es cruzar la Antártida de lado a lado y sumar para el Imperio británico una última e impactante hazaña. Semanas antes, el explorador ha puesto un anuncio en los periódicos: "Se buscan hombres para un viaje peligroso. Sueldo bajo. Mucho frío. No se asegura retorno con vida". El anuncio funciona como una premonición incontestable: en los siguientes meses el Endurance quedará atrapado y su tripulación dará vueltas en un infierno de hielo durante casi dos años.
Más allá de la crudeza del viaje y los elementos, lo que diferencia a la expedición del Endurance de las demás es ese ojo que les mira. Durante los largos meses de agonía, la cámara del australiano Frank Hurley no se pierde ni un detalle. Hurley retrata el barco y a su tripulación desde todos los ángulos posibles. La atracción por el hielo se convierte en enfermiza. Por la noche, lucha por descongelar los líquidos de revelado y selecciona las placas que el frío no ha destrozado. A veces se comporta como un loco, se aleja del Endurance hasta que sus compañeros le pierden de vista solo para lograr la mejor perspectiva. En una de las fotografías, tomada por algún marinero, vemos a Hurley en lo alto de un mástil; permanece sentado, con la cámara en la mano.
Una mañana, mientras se encuentra sobre una placa de hielo, un grupo de orcas detecta su presencia y sus sombras comienzan a acecharle bajo el suelo. Hurley corre hacia el barco mientras las orcas golpean el hielo con intención de alcanzarle. Años más tarde describiría la escena como una de las más terribles de su vida.
El 21 de noviembre de 1915 una inmensa mole de hielo se traga al Endurance como una ballena hambrienta y la cámara de Hurley lo registra fotograma a fotograma. En las fauces del hielo el “Endurance” es como un barco de juguete: las imágenes parecen transmitir los quejidos del barco que se parte en mil pedazos.
A partir de ese instante, los hombres del Endurance aún tienen por delante un largo año de agonía. El témpano seguirá llevándoles durante meses a la deriva, alcanzarán la isla Elefante y recorrerán más de 1.200 millas antes de ser rescatados. Y durante todo ese tiempo Hurley solo ha podido llevar consigo una pequeña cámara Kodak de bolsillo. Atrás quedaron los trípodes y las cámaras pesadas. En la mochila apenas le restan tres rollos de película y no puede desperdiciar ni un solo disparo. No le queda más remedio que concentrarse aún más en la luz y en la composición. Tal vez por eso, según los expertos, Hurley toma en aquellos días las mejores fotografías que jamás se hayan hecho sobre el hielo.




Se cree el ladrón que nuestro nivel de infantilismo globalizado es, hoy por hoy, similar al del amigo americano. Pero se equivocan. ¡Esto es España, cretinos! ¡Aquí, como rimó Ángel González, con sangre hacemos la Historia y la morcilla de nuestra tierra! ¿Qué nos podéis enseñar en materia de violencia si no hace 200 años que andábamos zumbando la badana al gabacho a garrotazos y anteayer mismo jaleábamos a Poli Díaz en sus desfases de fajador politoxicómano e irreductible? 'Smackdown', es decir, 'lucha libre' fulera y de alto presupuesto en la que para ver un brazo roto hay que confiar en que resbale, graderío abajo, la señora de la limpieza. ¡Por favor! ¿De qué vale llamarse John Cena, o Ken Kennedy, o Chavo Guerrero, o Edge, o el Gran Khali en el país de Urtain, de Pedro Carrasco, de Manolete, de Luis Francisco Esplá, de José Ortega Cano? ¿Quién necesita valientes? ¿Eh?
Pocos son los niños y no tan niños que residen en la España de hoy en día que desconocen, gracias a la cadena 'prisera' y al experto vendemotos de turno, la verdadera identidad de mitos inflados por el clembuterol como Batista o Rey Misterio. Algo digno de todo ejercicio de mercadotecnia que se precie. El problema llega cuando lo que emite Cuatro no tiene nada que ver con lucha libre mexicana o grecorromana que se precie.
Puro tongo. Cuento pergeñado por señoritingas recauchutadas que viven del ídem y del grosor de sus tríceps. 'Marketing'. Mentira. Sandez. Las fantochadas de cuatro gordos con capa y 'shorts' que dedican sus subidas de colesterol a hacer el ridículo sobre un cuadrilátero. Quizá sea eso. El problema de la World Wrestling Entertainment o WWE estriba en su carácter de entelequia alta en calorías. Entertainment significa 'entretenimiento', 'diversión'. Y el que crea que lo que allí arriba ocurre tiene alguna relación, por pequeña que sea, con el karate o el 'kick-boxing', es porque a estas alturas aún se lo cree todo.
De poco vale que propalen que se trata de uno de los programas más vistos en los Estados Unidos y que, hasta el momento, está traducido a 17 idiomas. Aún menos todavía el que hayan recurrido para presentarlo a Fernando Costilla, una de las voces que locuta la ‘teleidiotez’ llamada 'Humor amarillo', y al indocumentado Héctor del Mar, esa especie de cansino Uribarri deportivo, carruselero y conosúrico que, sobrepasada ya la setentena, aún es capaz de soltar sin inmutarse perlitas del tipo: 1) Mi esposa es la radio y la televisión, mi amante. 2) La pena máxima por bigamia es tener dos suegras. 3) Un psiquiatra es un hombre que te hace un montón de preguntas caras que tu mujer te hace gratis. Pues eso.
Con la mente restaurada, los nervios a flor de piel y las escasas ganas de volver a clase pero motivada porque sólo serán tres meses, vuelvo a incorporarme a una rutina invariable y cansina pero completamente necesaria para mi bienestar mental.



