31 marzo 2008

LA PROXIMA EXCURSIÓN

"Se buscan hombres para un viaje peligroso. Sueldo bajo. Mucho frío. No se asegura retorno con vida"



Sobre las estanterías han quedado las conservas de carne, repollo y los botes de cacao. El frío los ha conservado intactos durante casi cien años. Aquí y allá se amontonan las velas, los botes de harina y las latas de aceite para lámparas. Camino del Polo Sur, las expediciones encabezadas por sir Robert Scott y sir Ernest Shackleton dejaron estas provisiones con la esperanza de regresar algún día. Por circunstancias bien diferentes, ninguno de los dos pudo hacerlo.

1. La cabaña de Sir Robert Scott

Situada en el lado norte del cabo Evans, en la Isla de Ross, la cabaña de Robert Scott fue el último lugar en el que él y otros cuatro compañeros se alojaron antes de partir hacia el Polo Sur. Murieron durante una tormenta meses más tarde, cuando regresaban del polo con la desolación de saber que Amudsen había llegado antes que ellos.

Cien años después, en esta cabaña perdida en la Antártida, algunas de las pertenencias de Scott y sus hombres permanecen tal y como las dejaron. Los camastros donde dormían o la mesa donde hicieron su última comida antes de partir hacia la muerte, siguen esperando en su sitio como si el tiempo no hubiera pasado.

En las estanterías hay galletas, botellas de licor y grandes reservas de sirope y mostaza. En el laboratorio improvisado por el fotógrafo de la expedición, hay unas cuantas fotos colgadas a secar, como esperando a que alguien les dé el visto bueno. Unos metros más allá, en la entrada de la cabaña, se conserva un cajón lleno de huevos de pingüino que los hombres de Scott recogieron con la intención de transportarlos a Gran Bretaña.

Exceptuando el breve paso de Shackleton por aquí (camino a su propia odisea) la cabaña ha permanecido abandonada durante años. En 1956, una expedición estadounidense decidió desenterrarla de la nieve y desde entonces, a pesar de que algunas personas se han llevado objetos como recuerdo, casi todo ha permanecido más o menos como estaba.

En los últimos años las autoridades neozelandesas y británicas han puesto en marcha un plan para evitar que este lugar histórico se siga deteriorando, ya sea por el paso de los visitantes o por la acción de los hongos, que están devorando algunas de las pertenencias dejadas por los expedicionarios.

2. La cabaña de Sir Ernest Shackleton

En enero de 1908, Ernest Shackelton emprendió la segunda de sus míticas expediciones antárticas con la intención de alcanzar el polo sur geográfico. Durante su larga estancia en la Antártida, los hombres de Shackleton construyeron una casita de madera en el Cabo Royds, unos 40 kilómetros al norte de la cabaña de Robert Scott.

En este lugar, la sensación de que sus inquilinos se acaban de marchar es aún más viva que en la cabaña de Scott. Las botas y la ropa de los hombres siguen colgadas de las cuerdas, hay restos de comida sobre una sartén y pedazos de pan sobre la mesa.

Cada uno de los rincones de esta cabaña esconde una pequeña historia, un detalle de la vida de aquellas personas que se jugaban la vida por alcanzar un sueño. Si uno se esfuerza un poco, puede encontrar alguna joya entre los bártulos congelados, como esta firma de Shackleton sobre una de las cajas.

Al igual que la cabaña de Scott, este lugar está incluido en la lista de World Monuments Watch, como uno de los patrimonios culturales que podrían perderse en breve si no se hace un esfuerzo para conservarlos. El plan de recuperación consiste en la restauración de las cabañas, que están muy dañadas por el peso de la nieve, y la restauración y sustitución de muchos de los objetos, que ya están siendo trasladados.



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En la fotografía, tomada el 5 de enero de 1915, un grupo de hombres juegan al fútbol sobre la soledad de la Antártida. Al fondo, un barco les espera en mitad de la nada. Ninguno imagina que serán los últimos instantes de felicidad en mucho tiempo. En apenas unos días, los inmensos bloques de hielo se tragarán el “Endurance” y lo aplastarán como si fuera de papel. Sus 27 tripulantes quedarán atrapados en un témpano flotante y viajarán a la deriva durante más de veinte meses, en la mayor pesadilla de supervivencia jamás imaginada.

Hay un poso de inquietante belleza en cada imagen. En el momento de la fotografía, la expedición lleva cinco meses de viaje. No hay restos de vida en cientos de millas a la redonda. El barco se ha abierto camino por el helado mar de Weddell y se encuentra a 160 kilómetros de su destino. El propósito del intrépido Ernest Shackleton, una vez que Amundsen y Scott han alcanzado el Polo, es cruzar la Antártida de lado a lado y sumar para el Imperio británico una última e impactante hazaña. Semanas antes, el explorador ha puesto un anuncio en los periódicos: "Se buscan hombres para un viaje peligroso. Sueldo bajo. Mucho frío. No se asegura retorno con vida". El anuncio funciona como una premonición incontestable: en los siguientes meses el Endurance quedará atrapado y su tripulación dará vueltas en un infierno de hielo durante casi dos años.

Más allá de la crudeza del viaje y los elementos, lo que diferencia a la expedición del Endurance de las demás es ese ojo que les mira. Durante los largos meses de agonía, la cámara del australiano Frank Hurley no se pierde ni un detalle. Hurley retrata el barco y a su tripulación desde todos los ángulos posibles. La atracción por el hielo se convierte en enfermiza. Por la noche, lucha por descongelar los líquidos de revelado y selecciona las placas que el frío no ha destrozado. A veces se comporta como un loco, se aleja del Endurance hasta que sus compañeros le pierden de vista solo para lograr la mejor perspectiva. En una de las fotografías, tomada por algún marinero, vemos a Hurley en lo alto de un mástil; permanece sentado, con la cámara en la mano.

Una mañana, mientras se encuentra sobre una placa de hielo, un grupo de orcas detecta su presencia y sus sombras comienzan a acecharle bajo el suelo. Hurley corre hacia el barco mientras las orcas golpean el hielo con intención de alcanzarle. Años más tarde describiría la escena como una de las más terribles de su vida.

Foto a foto, Hurley traza un catálogo escalofriante de la soledad de aquellos hombres en mitad de los hielos. En muchas imágenes aparecen marineros fumando, arreglando una red o pelando un pingüino. En otras aparece él, misterioso y lejano, merodeando con la cámara junto al barco.

El 21 de noviembre de 1915 una inmensa mole de hielo se traga al Endurance como una ballena hambrienta y la cámara de Hurley lo registra fotograma a fotograma. En las fauces del hielo el “Endurance” es como un barco de juguete: las imágenes parecen transmitir los quejidos del barco que se parte en mil pedazos.

"Hemos decidido abandonar la nave - escribe Shackleton en su diario – Está siendo aplastada, más allá de toda posibilidad de ser recuperada". Ante la necesidad de avanzar, Hurley no tiene más remedio que abandonar la mayoría de sus equipos junto al barco: apenas salva 120 de las 400 fotografías que ha realizado hasta el momento.

A partir de ese instante, los hombres del Endurance aún tienen por delante un largo año de agonía. El témpano seguirá llevándoles durante meses a la deriva, alcanzarán la isla Elefante y recorrerán más de 1.200 millas antes de ser rescatados. Y durante todo ese tiempo Hurley solo ha podido llevar consigo una pequeña cámara Kodak de bolsillo. Atrás quedaron los trípodes y las cámaras pesadas. En la mochila apenas le restan tres rollos de película y no puede desperdiciar ni un solo disparo. No le queda más remedio que concentrarse aún más en la luz y en la composición. Tal vez por eso, según los expertos, Hurley toma en aquellos días las mejores fotografías que jamás se hayan hecho sobre el hielo.








(todo gracias a FOGONAZOS)

1 comentario:

angeloso dijo...

juer que fotos mas chulas
y que viaje mas suicida...xD



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