23 mayo 2008

El rey y la piedra (CAGES)

Madre: ¿Qué has encontrado, Pétalo?
Pétalo: Piedra.
Madre: Ah, sí. ¿Vas a llevártela? ¿Qué te parece si ahora volvemos junto al fuego?

Madre: Vamos a sentarnos aquí, Pétalo. ¿Qué historia quieres que te cuente esta noche?
Pétalo: Piedra.
Madre: ¿Una historia de tu piedra?
Pétalo: Sí.
Madre: Bueno, vamos a ver...
Pétalo: Y un rey.
Madre: ¿Y un rey? La historia de la piedra y del rey. Érase una vez hace mucho, mucho tiempo en un lugar muy, muy lejano una ciudad muy grande.
Pétalo: ¿Cómo de grande era la ciudad?
Madre: ¿Cómo de grande?

¿Cómo de grande? Bueno, era tan grande que la gente que vivía allí no creía que pudiera haber otra cosa más allá de la ciudad. Por más que andaban y andaban nunca dejaban de ver luces y edificios muy altos. ¿Y sabes quién gobernaba en la ciudad? ¿Quién gobernaba a toda aquella gente? ¿Quién era el dueño de las casas, los árboles, los animales y los pájaros? ¿Y también de las piedras? Sí, de las piedras. ¿No adivinas quién? ¡El Rey! Sí. Es verdad, el rey de la ciudad. Y el rey era feliz porque sus súbditos eran felices. La ciudad prosperaba, los negocios florecían y sus gentes eran comprensivas y amables. Era como el cielo en la tierra.

Cuando el rey cumplió los cincuenta años, hubo muchas celebraciones y carnavales. Sus súbditos le mostraron el cariño que le tenían haciéndole regalos y felicitándole. Y el rey, que sentía que el tiempo se acababa, deseaba que aquel cariño pudiera volverse tangible. Hubiera querido arrojar una sábana sobre su gente, pronunciar una fórmula mágica y retirar la sábana para descubrir un amor físico, tridimensional y bien estructurado. Y así el rey decidió levantar una construcción extraordinaria. Quería una torre altísima que se perdiera en las nubes y cuyo interior sembraría con las mejores esculturas y cuadros, jardines exóticos y cataratas, animales, pájaros y peces. Habría sitio para que trabajaran los artistas o meditaran los sabios. Inmensas salas para que los científicos discutieran y descubrieran cosas pasmosas, y allí se vería toda clase de extraños y misteriosos artefactos para que la gente los admirara y probara. Sería un monumento a las habilidades sin par de la humanidad y un regalo para su gente.

El rey no perdió el tiempo. Hizo venir a sus mejores arquitectos e ingenieros. Convocó a expertos en todos los campos del saber y les puso al corriente de su plan, comunicándoles su entusiasmo, pues en seguida empezaron a hacer cábalas y sugerencias. Se iniciaron los trabajos en cuanto el rey y sus consejeros decidieron el lugar donde ubicar la obra. Gentes de todas partes de la ciudad vinieron a ofrecerse como voluntarios, todos andaban entusiasmados y orgullosos, y no tardaron en poner los cimientos. En los aposentos reales, la gente entraba y salía. Se escuchaba multitud de opiniones, se hacía juicios, se daban instrucciones, se trazaban planes, se recogía material, se asignaban tareas. Se levantaron los muros decorados con arcos y hornacinas; escultores y constructores narraban historias con cemento y piedras, tejiendo diseños y texturas, jugando con luces y sombras, creando algo vivo. Dentro se dispusieron espacios de exquisitas proporciones. LAs ciencias geométrica y matemática ayudaron a definir la longitud de los corredores y el radio de las ventanas y ojos atentos vigilaron la estética del equilibrio y la tensión, y los muros siguieron subiendo. Muchos de los objetos y lujos se confeccionaban en estudios y talleres de la ciudad. Escritores y poetas elogiaban aquel hecho sin igual, componiendo versos y prosa de día e intercambiando opiniones eufóricas de noche:

- La torre es un instrumento para oír la voz de Dios.
- La torre es una mano humana que alcanza las estrellas.
- La torre es un cúmulo de posibilidades.
- La torre es la esperanza.

Cierta noche, el rey caminaba por una parte recién levantada de la torre. Los pintores se habían retirado a dormir, y a lo lejos se oía el parloteo de loros y yeseros. Y el rey recorría el atrio iluminado por antorchas, admirando los diseños que se reflejaban en el agua del estanque. Se sintió orgulloso por primera vez, pues le había costado mucho describir a sus muchos amigos y colaboradores cómo veía él la construcción de la torre. Cuando se disponía a irse, se fijó en unos ventanales. Eran muy sencillos, sin adornos, y estaban uniformemente espaciados, pero su vidrio esmerilado reflejaba la luz de manera peculiar. El rey se acercó a las ventanas. No alcanzaba a ver lo que había al otro lado del vidrio. Cuando se asomó a una de ellas, le pareció ver a un niño que jugaba al escondite con sus amigos en el bosque. Los árboles eran abedules, ríos y monedas, igual que el bosque que rodeaba su casa cuando él era un crío. Las sombras moteadas, brumosas y difusas, parecían envolver al niño. Cuando el niño se fue, el rey se asomó a la segunda ventana y aunque los árboles eran los mismos, vio a una pareja que paseaba lentamente bajo la luz del sol. Y entonces el rey se puso a recordar. Pensó por primera vez en veinte o treinta años, en los amores de su juventud y en uno de ellos en particular, la joven velera con la que compartió sus sentimientos y pensamientos más recónditos, antes de que sus obligaciones de adulto le apartaran de ella. Por la tercera ventana vio una sala, una de las salas abovedadas de la torre. El rey no dio crédito a lo que vio. El suelo estaba lleno de reproducciones en madera y papel de la torre, pero no en el estado presente, con una altura de doce niveles y cubierta de andamiajes, sino tal como la concebía él en su cerebro, completa y perfecta, acariciando las nubes y apuntando a las estrellas. El rey se frotó los ojos y luego salió corriendo por los pasillos para intentar llegar a la sala aquella, pero en ninguna de las estancias encontró los papeles y modelos que había visto. En efecto, en las salas no había nada; en su mayor parte estaban vacías, a la espera de ser decoradas y ocupadas. Y el rey corrió, corrió y corrió... Y por último, se encontró donde estaba antes, en la sala de las ventanas de cristal esmiralado. Y se asomó a la última ventana. Se asomó a la última venta y el corazón le dio un vuelco. Sólo vio polvo y ruinas. Vio una luz mortecina que arañaba el amasijo de ladrillos, polvo y piedras desparramados sobre el suelo. Y vio una figura, un hombre en medio de los escombros. Y alcanzó a ver...

- ¿Quién ha hecho esas ventanas? - gritó el rey. Sus consejeros, sorprendidos por el mal talante del rey aquella mañana susurraban entre ellos. - Quiero ver al responsable de estas ventanas.
Un viejo alquimista se le acercó.
- Creo que esas ventanas son obra de uno de mis estudiantes - dijo con voz recortada.
- ¿Uno de tus estudiantes? Pues que se presente ante mí. ¡Qué se presente ante mí!

- ¿Sí?
- ¿Su alteza quería verme?
- ¿Has hecho tú... esas ventanas? Pero si eres un crío.
- Soy un estudiante de mi padre, el señor Ángelo, el alquimista.
- Ah, así que Ángelo es tu padre, ¿eh? Acércate, chico. Háblame de esas ventanas que has creado.
- ¿Las ventanas?... Pues son ahhm... Son ventanas de cristales esmerilados.
- ¿Qué clase de cristal es?
- Un cristal frágil, señor, y muy sensible.
- ¿Qué quieres decir con "sensible"?
- Pues que es... sensible a la luz, a la temperatura, y... al tiempo.

Durante muchos días el rey se negó a recibir visitas, aislándose en sus aposentos, apenas comiendo o durmiendo. Y una noche salió del palacio sin que le viera nadie, camino de la torre, con el corazón latiéndole aceleradamente. Al subir las escaleras, daba vueltas en la cabeza a las conversaciones que había sostenido consigo mismo durante aquellos días de aislamiento. Golpeó el cristal con la mano, temeroso de romperlo, pero necesitando comunicarse con el hombre del cuarto de abajo. El hombre levantó la vista. Se diría que había estado esperando al rey.

- Claro, estabas esperándome - se dijo el rey a sí mismo - ¿Puedes oírme?
- Apenas me llega tu voz pero te oigo.
- ¡Sé quién eres!
- Sí, lo sabes.
- ¿Qué ha pasado? ¿Cómo ha podido ocurrir esto?
- Je... ¿por dónde empezar?
- Empieza por el principio.
- El caso es que no hay principio. Las cosas son como son debido a una interminable sucesión de hechos, una infinita serie de fuerzas que han dado forma a lo que nos está pasando. Pero si necesitas un principio, entonces el principio es una piedra.
- ¿Una piedra?
- Sí, una piedra colocada sobre un mapa. ¿Te acuerdas?
- Sí, me acuerdo.
- Al tomar la decisión, se despejó la tierra, se taló el bosque, los abedules entre los que jugabas cuando eras crío. ¿Lo recuerdas?
- ¿Fue allí?
- Sí, la piedra cubría muchas hectáreas del mapa. Doce o más de esas hectáreas eran bosques; otras proporcionaban comida a animales y pájaros y sobre todo a insectos. Cuando se empezó la torre, esas criaturas tuvieron que irse a otras áreas, áreas habitadas. Y por primera vez se perdieron las cosechas y se propagaron enfermedades...
- No lo sabía...
- Y a medida que la torre iba creciendo, iba bloqueando la luz del sol. La gente que vivía junto a la torre se quedó sin sol y se volvió pálida y taciturna. Perdió sus jardines y sus plantas y sintió odio por la torre que le privaba de la luz.
- Pero si yo la construí para ellos...
- Y cuando las bestias y los pájaros fueron trasladados a la torre, algunos de ellos escaparon, como era de esperar, y colonizaron partes de la ciudad, exterminando a los animales domésticos. Los más grandes incluso llegaron a robar niños y destrozar casas.
- Pero si es un santuario para todos los animales...
- Y por último, incluso en el caso de que la torre se hubiera terminado, ya se habían sembrado las semillas de la discordia. Tu idea era magnífica, "perfecta", pero lo que entendieron tus arquitectos, filósofos y trabajadores era otro tipo de perfección, su perfección. Y no todo el mundo estaba contento; muchos se quejaban de la división del espacio, de tener que trabajar en la construcción o de no poder trabajar en ella. Muchos se sintieron decepcionados y empezaron a odiar la torre, con ese odio reservado para las cosas que sentimos que nos han traicionado. ¿Quieres que siga enumerando los yerros?
- No.
- Heme aquí y hete ahí. La gente que vivía aquí ha acabado por descubrir que la ciudad tenía límites y ha cruzado esos límites. Todavía tengo un puñado de amigos, pero he perdido mi torre, mi reino y mi ciudad.
- ¿Cómo hubiera podido saberlo? ¿Cómo iba a saber que ocurriría eso? ¿Como iba a prever...?
- No se puede. Así es la vida.
Y el rey comprendió que no podía cambiar el rumbo de los acontecimientos. Y que si se empeñaba, el resultado podía ser una catástrofe. En tanto que antes todo cuanto hacía tenía su lado positivo, era un paso hacia adelante, ahora se encontraba como confuso. Habiendo perdido la fe en sí mismo. Totalmente desorientado. Se sentó en la sala de los cristales esmerilados durante largo rato... Por fin, sabiendo que la historia no terminaría nunca y sintiendo por otro lado la necesidad de concluirla... cogió una piedra del suelo, se acercó a la cuarta ventana, levantó la mano armada...

Madre: Y rompió el cristal. Y la moraleja de la historia es: "la vida es una mierda."
Pétalo: Um... Has dicho una palabrota.
Madre: Sí. Es porque la mayoría de las cosas que pasan son malas. Túmbate junto al fuego, Pétalo. Estarás mejor junto al fuego.


1 comentario:

Juliette dijo...

Definitivamente lo mejor es la moraleja jeje.



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