Sacudida

Me siento como si una enorme ola me hubiese sacudido durante horas. Noto los pulmones llenos pero no es aire. Percibo un hedor demasiado fuerte a decepción. Estoy tendida junto a la orilla con las mejillas llenas de sal. Vacía, exhausta, inmóvil. Hay un círculo de gente a mí alrededor. No puedo entenderles pero les oigo rumorear entre las olas. Algo me ha sellado los ojos o quizá ni siquiera haya intentado abrirles. Siento como el oleaje intenta arrastrarme de nuevo pero lo único que hago es hundirme cada vez más en la arena. El agua roza mis labios y siento como todo se desvanece dejándome sólo un demacrado suspiro.

El aire ahora es espeso y camino desnuda vulnerable a cualquier aliento. Hace frío y los remordimientos me impiden seguir a su sonrisa. Hay angustia desparramada por todos mis rincones. El aire se desliza suavemente por mi espalda y me atraviesa. Me he perdonado para quedarme con las piernas encogidas suplicando a mi orgullo que no llore más por un alma despistada. Pero el silencio aprieta aún más el nudo con la soledad de sus quejidos. Nada impide que vuelvan los gritos envenenados de ridícula autocompasión indefinida. En cada lamento que exhalo pierdo un trocito de mí.

Nada es real. Sólo existe una lamparita que alumbra un cuaderno agotado de exigirse tanto a sí mismo.

La grandeza en estado puro.