27 mayo 2009

Madurar o no madurar, esa es la cuestión

Hace poco escuché una frase en la gran serie Perdidos (donde el derroche de imaginación de los guionistas es apabullante) que decía: Madurar solo es traicionarte paso a paso. Me sorprendió mucho porque si profundizas en ella resulta irremediablemente cierta. Cuando somos niños vivimos de manera egocéntrica y egoísta llenos de sueños. Tenemos muy claro que seremos tal y haremos aquello cuando seamos mayores. Si queríamos algo lo pedíamos hasta agotar todas las posibilidades y si cierta persona nos gustaba, se lo decíamos sin complejos.

Luego poco a poco crecemos. Nos atamos a las personas y nuestra vida ya no sólo depende de nosotros, hay más gente en ella. Ya no es todo tan fácil. Llegan las decisiones, las opciones, las pérdidas. Madurar es elegir. Y no precisamente elegir que golosina me como primero. No. Madurar es elegir un camino a cada paso que damos, un trayecto a seguir que determinará toda o parte de nuestra vida.

Si somos fieles a nosotros mismos y hacemos todo lo que se nos ocurre, todo lo que nos apetece en cada instante, estaríamos de aquí para allá, sin atarnos, sin condicionarnos. Las personas que viven así no se permiten aburrirse. Son envidiables niños grandes que se les etiqueta de inmaduros mientras les odiamos en secreto por no tener el valor de hacer lo mismo. Pero a menudo estos niños con demasiados años acaban solos.

Sin embargo, la mayoría tomamos decisiones pensando en el futuro, en las personas que nos quieren. Somos personas prácticas, abandonamos sueños porque racionalmente son una locura, descartamos opciones ilusas porque sabemos que no funcionarían, es decir, nos traicionamos.

Somos felices porque no hay otra. Sabemos que la vida no es un juego, que las cosas no son tan fáciles como en los sueños, que todo acto tiene su consecuencia, que el dinero no sale por arte de magia del cajero y que se puede hacer mucho daño si sólo contamos con nosotros mismos. Por eso pensamos en todo, en todos, intentando acertar lo mejor que podamos, aunque a veces tengamos que dejar castigado al niño que llevamos dentro. Pero… al fin y al cabo, esto no es más que hacerse adulto ¿no? Es decir, que maduramos.



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