1. Dos escenarios para un thriller medieval
El uno se encuentra en Navarra, a orillas del Camino Aragonés y muy cerca del enlace con el transitado Camino Francés. El otro, abraza una de las carreteras de acceso a Castrojeriz, como si la quisiera engullir. La ermita navarra de Eunate no es sólo uno de los templos más singulares del periplo hacia Occidente, sino un caramelo para aquellos que gustan de entregarse a esoterismos y leyendas templarias. Con una sugerente planta octogonal, rodeada por una emblemática galería porticada y construida a imagen y semejanza del Templo de Jerusalén, el descubrimiento de Eunate –en euskera, cien puertas- entre los campos de cultivo nunca decepciona.
El tiempo no ha sido igual de benévolo con las ruinas burgalesas de San Antón, arrimado a Castrojeriz, privándole de techos, paredes y esculturas. Lo que hoy vemos, poco tiene que ver con lo que fue: un templo gótico que perteneció a la misteriosa orden de los Antonianos y fue parada referencial en el Camino de antaño. A la impresionante arcada que cubre la carretera hay que sumar una curiosidad en uno de sus muros externos: una hornacina en la que los religiosos depositaba los alimentos para que los peregrinos se auto sirvieran de víveres. En los meses cálidos, San Antón es albergue de peregrinos. A pesar de la comprensible falta de comodidades, el lugar bien vale una noche.
2. Para una comedia homenaje a Monty Python
El Camino de Santiago es un gigantesco libro repleto de dimes, diretes y leyendas beatas. Muchas de éstas hacen referencia a objetos cuyas huellas pueden rastrearse, todavía hoy, en pueblos e iglesias, aunque su autenticidad sea puesta, con razón, en duda. Uno de estos objetos, acaso el más llamativo se ubica en la localidad burgalesa de Castrojeriz, en una de las puertas de acceso a la iglesia de Nuestra Señora del Manzano. Sobre los maderos pintados de color rojo se pueden distinguir cuatro herraduras de caballo que, asevera la piadosa leyenda, pertenecieron al caballo –el blanco, claro- de Santiago. Al parecer, le preguntaron al jamelgo por el lugar en el que se apareció la Virgen y el animal no tardó en estampar los hierros en el sitio exacto. Como recuerdo de aquel milagro, allá se muestran los herrajes.
En la Catedral de la capital, merecerá la pena también interesarse por el Cristo de Burgos, una talla tan realista de Jesucristo que durante siglos se creyó fue facturada con el cuerpo inerte de éste como modelo real. Menos truculenta es la Virgen de la Expectación de la iglesia de Santa María la Blanca en Villalcázar de Sirga, aunque igual de sorprendente: la talla sostiene al niño Jesús en brazos, a la vez que muestra un generoso embarazo… del mismo niño. En el convento de las Benedictinas de Sahagún, es muy popular la imagen de una Virgen que sostiene, en una mano, a su hijo y, en la otra un bastón para protegerle del demonio. La sabiduría popular hace tiempo que la bautizó como la Virgen del Garrote.
3. Para una aventura arqueológica
No hay mejor forma de explicar el llamado milagro de la luz que acontece dos veces al año en San Juan de Ortega que recurrir a un símil cinematográfico. ¿Recuerdan el primer filme de Indiana Jones, En Busca del Arca Perdida, cuando Harrison Ford desciende a una cámara para, a una hora concreta, contemplar dónde se posa un haz de luz solar? Pues esta bella ermita románica, aupada en lo alto de los montes burgaleses de Oca, es uno de esos lugares en los que canteros y constructores decidieron jugar con las luces de los equinoccios. En dos fechas diferentes, 21 de marzo y 21 de septiembre, la luz del atardecer penetra por una ventana, atraviesa la lúgubre estancia y se posa sobre un capitel –aquel que representa la escena de la Anunciación de María- durante unos pocos minutos. El acontecimiento es tan lindo y matemático que roza el hechizo.
4. Para un Western palentino
Al poco de abandonar Carrión de los Condes, en la provincia de Palencia, comienza la nada o lo que es lo mismo: uno de los tramos más severos, solitarios e inhóspitos de de todo el Camino hacia Santiago. Se trata de un andadero seco y árido de 15 kilómetros que toca a su fin en la localidad de Calzadilla de Cueza y es capaz de desmoralizar al peregrino más animado. El paisaje que se dibuja ante sus ojos es más propio de un western crepuscular que de un itinerario de origen medieval como el que nos ocupa: campos inertes, chopos solitarios, caminos pedregosos y un silencio ensordecedor que acompaña al caminante durante casi tres horas. Al final del tramo, no hay un poblado vaquero con Saloon y oficina de Sheriff pero casi...
5. Para un drama romántico con final feliz
Evidentemente, Santiago de Compostela es el final del Camino, pero no el del periplo y, mucho menos, el de la película. El auténtico desenlace tiene lugar en aquel sitio en el que los romanos creyeron que acababa el mundo conocido y desde el cual se podía divisar la muerte diaria del sol. Más allá de su significación simbólica, los atardeceres de Finisterre han sido tan mitificados que resultaría demasiado obvio rodar allí un happy end, junto al faro y las hogueras que algunos peregrinos encienden para quemar sus ropas tras la larga marcha. Así, más duende tiene el cementerio diseñado por el arquitecto César Portela, visible desde la carretera y que los no iniciados confunden con garitas de obra o contenedores industriales. Su aspecto, la alejada situación del pueblo y una serie de dilemas municipales han propiciado que, ocho años después de su construcción, nadie haya sido enterrado ahí, haciendo del camposanto un lugar más inerte aún de lo que debiera.
6. Para una odisea épica
Mire como se mire, casi todo el Camino es un canto a la épica y a los logros extraordinarios. La visión de una hilera de peregrinos solitarios caminando, al amanecer, entre los campos de La Rioja retrata a la perfección cuan simple puede ser el atractivo de esta epopeya. Aún así, los acontecimientos simbólicamente más poderosos tienen lugar en las cimas de los principales puertos de montaña: desde el alto del Perdón junto a Pamplona hasta el mítico Cebrero en la provincia de Lugo, pasando por la Cruz de Hierro –el punto más alto de todo el Camino, en la provincia de León- el puerto de Ciza, en la frontera pirenaica. La victoria sólo llega cuando se holla su cima.
7. Para una mezcla de géneros
En el Camino existen una serie de lugares susceptibles de acoger el rodaje de una película muy especial. Sería una En ella tendrían cabida mil y un géneros diametralmente opuestos, desde el terror psicológico hasta el negro, pasando por la comedia absurda, la teleserie de sobremesa e, incluso, un episodio de dibujos animados. Esos lugares son, por supuesto, los albergues de peregrinos, una de las piedras angulares del itinerario jacobeo y cajón de sastre en el que, al caer la noche, se concentra una masa absolutamente heterogénea de caminantes. La mejor forma de comulgar con el auténtico espíritu del Camino es dormitando en estos lugares, ya sean públicos o privados, para hablar, ser oído, sufrir los atronadores ronquidos de algunos, apreciar el encanto de una humilde cama, observar las heridas de guerra ajenas y, en general, conectar con la magia de la sencillez.
¿Albergues con duende? Si se busca encanto hippie, el Ave Fénix de la familia Jato en Villafranca del Bierzo (León). El arriba citado de San Antón, cerca de Castrojeriz (Burgos), regala autenticidad y retiro, mientras que el de Ribadiso da Baixo es un apacible oasis rural para peregrinos. Cuando se llega a Santiago, merece la pena alojarse en el albergue habilitado en el antiguo seminario, con preciosas vistas sobre el ‘skyline’ de la urbe compostelana.
8. Para una comedia de enredo
Más allá de los monumentos y los senderos, la verdadera razón de ser del Camino de Santiago es su tejido humano, es decir, los miles de peregrinos que, durante unos días, semanas o meses, aparcan su vida cotidiana para caminar rumbo Oeste. Sólo con las historias que protagonizan estos, se podría articular todo un abanico de filmes, desde dramas emotivos a comedias agridulces. Una de estas últimas debería ambientarse en el acceso a León pues allí acontece una triste paradoja que sorprende a todos los caminantes por igual.
Para arribar a la ciudad castellana hay que cruzar una autovía de cuatro carriles de acceso a la ciudad con lo que todo ello supone: peregrinos sexagenarios que no dan crédito a la situación, ciclistas correteando por el arcén en busca de un paso más seguro... y una serie de situaciones que, de no ser por el peligro patente, servirían para rodar una comedia de enredo protagonizada por la pléyade de confundidos caminantes. Eso sí, en cuanto se atisba la catedral de León, construida con piedra, cristal y luz, mucha luz, todas las sensaciones amargas desaparecen.
1 comentario:
Viva el cine!! Viva!!
Viva el camino de Santiago!!
Viva Castilla!!
Viva Burgos!!
Viva yo y la madre que me parió!!
Viva!!!
(Perdona Quillo, día tonto)
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