06 febrero 2009

Una historia infantil


Erase una vez un niño gordito y mocoso que creció en un pueblecito sevillano, Alcalá de Guadaira. Iba al colegio como cualquier otro niño pero no era cualquier otro niño. Él era Mocosete. Su mote era fiel reflejo de las vegetaciones que sufría. No era mal niño, sino uno más que como todos tenía ganas de jugar, de correr, de imaginar… Pero era gordo y tenía demasiados moquitos, como los llamaba su madre. Este niño pronto tuvo problemas en el colegio. Se había criado en un hogar demasiado caluroso y el niño no supo adaptarse a un entorno en que siempre debe haber machos beta y machos alfa y por desgracia, al igual que un gafotas siempre lleva las de perder, nuestro protagonista tenía que ser el gordo de la clase. Estaba, por así decirlo, avocado a ello. Había dos machos alfa en potencia, Enrique y Pastor. Sus padres habían sido amigos desde que tuvieran la misma edad que sus hijos tenían por aquel entonces y eran de esos niños que siempre juegan al futbol con mayores, que pronto aprenden a usar el amplio vocabulario del insulto español y que cogerían como modelo de conducta al niño que llevaba el peinado más hortera, la ropa más molona y la chica más guapa del barrio que igualmente solía ser la más tonta. Pronto a nuestro niño le pusieron el citado mote: Mocosete. Y éste no sabía cómo luchar contra ello… Le habían enseñado a no pelear, tampoco lo había necesitado en su casa. Tenía un par de amigos del barrio, sí, un par de años menor que él, de la edad de su hermano, pero que siempre lo acompañaban a todos lados, todos los días, o casi todos, del año. Pero en el colegio iban a clases diferentes, y en clase no tenía con quien hablar. Se debía sentar junto a la ventana y mirar fuera imaginando lo que haría esa tarde al llegar a casa, si volverían a montar una cabaña con ramas de pestosos, si volverían a entrar en la parcela de la pintora hasta que sus dobermans salieran tras de ellos, qué otra aventura tendrían los power rangers o si Goku sería capaz de vencer a Vegeta. Durante los recreos tenía que pasear solo, aunque no faltaba la ocasión en que Enrique y Pastor le siguieran por todo el patio al grito de gordo o su ya bastante mencionado mote.

Pero esto no tardó en cambiar… A los 6 años entraron dos personajes en nuestra historia sin los que quizá el periplo estudiantil de nuestro chico no hubiera sido tan soportable: Samuel y Susana. El primero era testigo de Jehová y tenía nueve hermanos así que como podréis suponer era un chico muy humilde. Sin embargo, pronto se harían grandes amigos pues los demás tenían orden expresa de sus padres de no acercarse a un testigo de Jehová, no fuera que se fueran a contagiar de algo. Y daba lo mismo que no tuviera apenas juguetes puesto que nuestro niño entusiasmado por tener su primer amigo se traía la mayoría de juguetes que sus abuelos le compraban para jugar con él… Aprendieron a obviar a los macarras de turno y procuraban sentarse en un pasillo escondido al final del patio de recreo muy lejano de la casa dónde una señora vendía chucherías y bocadillos desde su azotea que colindaba con el patio. Así, se sucedieron las guerras entre gijoes, transformers y power rangers. Pero a mitad de ese año, durante una clase de conocimiento del medio en que Don Ramón, profesor con un peluquín casposo que por otra parte era el mejor de aquel colegio, explicaba cómo un buitre se alimentaba, llamaron a la puerta y al abrirse ésta entró ella... Susana fue presentada a la clase y como el único sitio estaba junto a la ventana se sentó justo entre Samuel y nuestro protagonista. Pronto la niña demostró tener poco interés por los chismorreos y la superpop y no ayudó el haber llegado a mitad de curso a que hiciera amigas en la clase. Así que como era inevitable nuestros dos amigos pasaron a ser tres. Y se sentían afortunados al ver una chica totalmente diferente que lejos de ponerles cara de asco por su nula popularidad, traía de casa sus propios muñecos para jugar. Claro está, los demás niños no vieron con muy buenos ojos que una niña jugara con los dos enemigos públicos de la clase así que en seguida empezaron a decirle cosas como boyera, lesbiana o tortillera. Pero a nuestros tres niños no les importaba, ellos eran felices.

Pasaron los años y nuestros protagonistas aprendieron a defenderse. Mocosete se dio cuenta un día en un arrebato de ira tras ser llamado hijo de puta que un puñetazo suyo era tres veces el de cualquier compañero y a partir de ahí ningún niño que se sobrepasara con él o con sus dos amigos se iría de rositas. Sin embargo, había un pero. Los padres de Samuel no permitían que su hijo jugara por las tardes fuera de casa así que durante éstas el trío era sólo dueto. Sin embargo, vaya si las aprovecharon: subían al Castillo a jugar entre las murallas, se escondían en la iglesia del Águila y sin que nadie les viera se metían en la cripta donde se apretaban el uno contra el otro muertos de miedo entre nichos con restos humanos y comenzaron a ir al cine… Éste se convirtió en su pasatiempo favorito. Por aquel entonces no había más cines en el pueblo y era rentable y cada semana traían un estreno. Era una película que ya llevaba en cartel dos semanas en Sevilla pero eso hacía que fuera todo un acontecimiento puesto que eran dos semanas llenas de expectación e impaciencia. Y esa relación de amistad pronto fue platónica… Nuestro niño al no haber tenido muchos amigos pronto comenzó a leer cuentos, de ahí a novelas y tarde o temprano tenía que caer en sus manos las leyendas de Bécquer. Y el ideal romántico le impregnó… Así que un día, viendo por tercera vez Parque Jurásico, se sacudió los miedos de encima. Lo curioso fue que ella también se acercaba un poquito cuando él hacía lo propio… Él giró la cabeza para observarla creyendo que ella estaría mirando entusiasmada los dinosaurios con los que ya por aquel entonces jugaban en forma de miniaturas. Y ella se giró… y esa imagen se quedaría grabada en sus ojos por siempre: pelo corto desgarbado, chaqueta vaquera, piel lisa, con algo de mofletes y boca de piñón como decía la canción de Danza Invisible. Pero esos ojos... grandes, expresivos y con el reflejo de la pantalla de cine en ellos. No se puede decir que fuera uno el que se acercara al otro y el caso es que el beso llegó, y fue el beso por el que mediría los del resto de su vida.

A ese beso le seguirían otros, aunque la vergüenza hacía que no fueran muy efusivos y bastante fugaces, seguidos de sonrojos por supuesto. Sin embargo, no todo fue feliz pues Samuel se tuvo que marchar antes de terminar el curso a otro colegio porque su padre había sido despedido y tenía que irse del pueblo a buscar trabajo. Nuestro niño no sabía por qué, pero cada vez había más huelgas y muchos niños tenían que cambiar de colegio a causa de la pérdida de trabajo de sus padres… Aun así, a él no le importaba mucho, él estaba feliz, tenía a Susana. Y el resto de ese año hicieron lo que mejor se les daba: ir al cine, correr por las murallas... aunque ya no se escondían en la cripta desde que vieron una tarde en su casa la película Fantasma y desde entonces el pavor que ella sentía por las criptas fue un obstáculo insalvable. Siguieron recorriendo todos los lugares recónditos del pueblo, descubriendo cuevas, subiendo a árboles y viendo mucho cine, pero nunca demasiado. Y es que mientras ellos gastaban el dinero en eso, los demás niños tenían que comprar cromos de futbol, comprarse unos vaqueros levis y camisetas horteras con dragones dorados.

Sin embargo, otra vez llegó el verano y con él dos meses sin verse. La madre de ella era de Morón, un pueblecito que estaba en la otra punta de la provincia, así que no se verían hasta que comenzaran de nuevo las clases. De este modo, nuestro niño volvió a quedarse solo. Sí, jugaba con sus amigos del barrio de vez en cuando pero ya no tenía con quien ir al cine ni con quien correr por las murallas así que muchas tardes se encerraba en su cuarto mandando a tomar por culo a su hermano pequeño y se ponía en el casete el disco de Laura Pausini y de La bella y la bestia. Y la echó de menos por primera vez…

Pasó el verano, y nuestro niño no pudo dormir la noche antes de ir al colegio. Al entrar por el gran pórtico del viejo colegio corrió a su fila en el patio. La buscó con la mirada pero no apareció y se dijo que se habría retrasado. Era normal en muchos críos el primer día… Entraron en clase recibidos por Don Ramón y se sentaron todos en sus sitios. “Estará enferma” se dijo. No era cierto... y escuchó sin creerselo el primer golpe duro en su vida. Las peleas con los niños en que perdía, los insultos, los menosprecios incluso de los profesores no eran tan duros como lo que escucharía aquel día. Don Ramón se dirigió a la clase y como si fuera lo más normal del mundo les comunicó que Susana se había cambiado de colegio, que se había mudado al pueblo de su madre, Morón. Aquel día no le importó que sus compañeros se rieran de él porque lloraba, ni siquiera los escuchaba por momentos… Él solo recordaba. Y los recuerdos por primera vez fueron amargos.

Al terminar las clases se dirigió al despacho del profesor y le preguntó si podría darle la dirección de su nueva casa pero no había dejado constancia alguna. Ni un teléfono, ni una dirección, nada. Y esa fue la primera vez de otras tantas en que nuestro chico se volvió a casa llorando sintiendo que el mundo no merecía la pena… Al llegar a casa no contestó a las preguntas de su madre, sólo se fue a su habitación, echó a su hermano y se puso el disco de Laura Pausini y de La bella y la bestia.

Aquel año volvió a estar solo, no tuvo ningún amigo en quien apoyarse. Para colmo le cambiaron de profesor por un accidente de Don Ramón con lo que de la clase se hizo cargo una profesora que la tomó con él. Ella había tenido a su tío cuando éste estudiaba en el colegio de niño y pronto empezó a compararlo y a menospreciarlo delante de toda la clase. “Cabeza de melón” fue lo más repetido desde su boca hacía él.

Pero lo peor de ese año eran las tardes de recuerdos amargos, las relecturas de las leyendas de Bécquer en las murallas del castillo o los pases entre semana del cine en que sólo él se encontraba en la sala. Una vez llegaron a no encender el proyector creyendo que no había nadie y nuestro protagonista se quedó dos horas sentado recordando aquellos ojos que creía no volvería a ver.

Al terminar ese año su madre le llamó una tarde para darle una noticia con total solemnidad: en septiembre estarían en Murcia. Ante la sorpresa de su madre, nuestro chico no se lo tomó con tristeza. Ya no tenía nada que le uniera a ese pueblo, salvo la familia. Todo lo contrario, era una oportunidad. Era un nuevo empezar. Y lo aprovechó, se hizo un hueco en su nueva clase, aunque no sin malos tragos provocados por su peso y por ser el hijo del director. Pero el caso es que volvió a encontrar amigos con los que ir al cine, con los que jugar al futbol, con los que ir a tomarse una hamburguesa en la Plaza Santo Domingo y volvió a tener amores…

Unas vacaciones de la semana de la primavera, nuestro chico, ya con 16 años de edad, había vuelto por Semana Santa a su tierra y como no les ataba nada a las fiestas populares de esa semana en Murcia se quedaban dos semanas de vacaciones en Alcalá de Guadaira. Y nuestro niño aprovechó para darse el mayor gusto en años: se levantó temprano sin tener que hacerlo, se arregló, se peinó con gomina y se fue al colegio a visitar a su última profesora. Y vaya si se quedó a gusto… le dijo lo mala profesora que había sido, que no era capaz de sacar lo bueno en los alumnos sino sólo destacar lo malo y le dio las gracias porque sin sus malas notas impuestas por la comparación hacia su tío no hubiera tenido el incentivo suficiente para sacar un diploma de honor con todo sobresalientes en su colegio… La diferencia: allí sí tenía buenos profesores.

Pero el hecho único que marcaría otro punto de inflexión en la vida de nuestro del chico ocurrió otro día en que acompañando al salir de clase a dos de sus amigos del barrio a casa se dio cuenta de que necesitaba sellos para escribir una carta a una amiga de Murcia. Entró en un estanco y al dar dos pasos hacia dentro la vio… eran los mismos ojos. Ella había cambiado, había crecido y ya tenía el cuerpo de una adolescente, pero seguía siendo la misma y hasta tenía una chaqueta vaquera parecida a la que tanto quería por aquel entonces. Ambos se quedaron muy quietos. Solo eran capaces de mirarse a los ojos y ninguno dijo ninguna palabra. El tiempo se había congelado y nuestro niño quería que nunca volviera a moverse el segundero… pero lo hizo y la chica que la acompañaba le gritó algo que no llegó a oír. Tras varios empujones ella se movió con una mezcla de extrañeza y de tristeza en la cara y pasó junto a su lado sin desviar su mirada. Él se giró y la vio marchar. Vio como volvía su mirada cada cinco metros y le pareció observar que lloraba… él sí lo hacía en silencio hasta que su amigo Emilio se acercó corriendo y le dijo:

- ¡Idiota, que es Susana! ¿Qué le has dicho?

- Nada.

- Pero ¿es que eres imbécil? ¿por qué?

- No lo sé.

- Anda, vámonos a casa, subnormal.

Nuestro niño no abrió la boca en todo el camino. Sólo recordaba. Se preguntaba por qué no la había saludado, por qué no le había pedido su teléfono, su dirección, lo que fuera… Y no tardó en encontrar la respuesta, en darse cuenta de que ya era mágico así. Era su amor platónico, su leyenda, y las leyendas más vale no demostrarlas, no buscar su realidad escondida… Él viviendo en Murcia y ella en Morón pronto dejarían de cartearse, de llamarse, de verse en vacaciones… Cada uno crecería, tendría nuevas amistades, nuevas parejas y nuevos sueños y lo que era mágico se desvanecería. Podrían incluso pelearse, dejar de hablarse por cualquier malentendido infantil. Pero sus recuerdos, eso no… y ese final siempre sería su final de película, su Casablanca.


5 comentarios:

feny dijo...

muy weno, y bravo por lo de las leyendas, t secundo al menos en gran parte

ladiya dijo...

vaya

me ha gustado mucho; tampoco es tan triste... o quizá es que me sugestionásteis demasiado...

ya conocía la "Leyenda de Susana", pero el leerla ahora me ha gustado más...

y que sepas que he visto el video entero y me ha gustado como 1000 veces más, quizá sólo necesitaba algo emotivo detrás...

te queremos mocosete!!

quillo_3 dijo...

baila, CERVECÍN, baila!!!

Juliette dijo...

Ainssss puedo sacar tantísimas cosas de aquí que casi prefiero ni darle vueltas... pero precioso, soñador y romántico, como a mí me gustan jeje.

quillo_3 dijo...

Nunca es malo imaginar, Juliette XD "La historia de mi vida" es para hacer una película y todo!!! No sé que será de Susana, la verdad, y muchas veces lo pienso pero siempre llego a la misma conclusión de que los recuerdos es mejor dejarlos en su sitio... Otro día os contaré la historia de una gran amiga que perdí por culpa de mi ex Martha, y mía, y que aun teniendo una segunda oportunidad la perdí como tonto que se puede llegar a ser de adolescente. Pero ya se sabe, la vida es un cúmulo de placeres y sinsabores!!!



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