12 febrero 2009

Feni, para que te entretengas: Don Vicente y su fiel Lucero (II)

II

Durante las posteriores semanas, me interesé cada vez más por nuestro protagonista y su afamado perro puesto que no aparecían por ningún lugar y quería devolverle la pulsera como cualquier buen vecino. La primera entrevista para recabar información tuvo lugar cuatro sábados después de aquel encuentro y la entrevistada fue la señora Angelines, la vecina de mi abuela que pesaba unos ciento cincuenta kilos y que se pasaba doce horas al día sentada en una silla que parecía a punto de reventar y, sin embargo, era la misma desde que yo tuviera uso de razón. Mi abuelo decía que un día de estos se moriría, que no era normal que una bolla anclada a la puerta de su casa pudiera seguir viva mucho más tiempo ya con setenta años.

- Buenos días, doña Angelines, ¿cómo está usted hoy?
- Ay, niño, pues como siempre. Me duelen las piernas por el frio… en cuanto cambie el tiempo seguro que me encontraré mejor.

Debo hacer un breve inciso para mencionar que la señora Angelines nunca achacaba sus múltiples malestares a su sobrepeso. Si sufría dolor de huesos era por el tiempo, al igual que si se caía de culo al subir las escaleras sin apenas oxígeno era por lo empinada que la había construido su marido.

- Ya veo. Espero que cambie y usted se mejore, señora.
- Gracias, niño. ¿Qué? ¿Paseando?
- Pues si le puedo ser sincero, lo que quería era hablar con usted.
- Oh, ¿y qué puedo hacer por ti chiquillo?
- Pues verá… aunque le pueda parecer extraño… ¿qué sabe de don Vicente?
- No está bien que sea morboso un niño de tu edad pero se ahorcó en el gallinero que tenía detrás de la casa porque tenía un lio con el director del colegio…
- Ejem, perdone, pero quería decir el mendigo, don Vicente.
- ¿El muerdepuré?
- ¿Cómo? Don Vicente es el mendigo que siempre está por la plazoleta, el Paraíso… Ese que no tiene dientes incisivos.
- Pues eso, niño, ¿estás tonto? El muerdepuré. De toda la vida de Dios se le ha llamado así. Con esa dentadura poco más podrá comer el pobre.
- Ah, jeje, bueno, y ¿qué sabe de su vida?
- No, demasiado, la verdad. Bueno, se rumorea que luchó en la guerra y se quedó loco y que por eso vagabundea, pero yo creo que debe haber algo más. ¿Nunca te has preguntado de dónde saca la comida? Porque pedir no pide y yo no le he visto nunca en un comedor de esos del cura… - Es curioso que una persona que no se mueve de la puerta de su casa use verbos como “ver”. Alcalá de Guadaira, en el fondo, es un pueblo muy pequeño…
- Pues no lo sé… ¿y qué cree entonces que ocurre?
- Yo creo que ese Lucero suyo le sirve para cazar conejos por el bosque y seguro que tendrá una caña improvisada para pescar algo en el rio Guadaira…

En ese justo momento llegó cargado de bolsas don Pedro, el marido de Angelines, que como buen antagonista no pasaría de los sesenta kilos. Tenía dos años menos que su mujer y parecía que un cáncer lo devorara por dentro desde hacía diez. Las malas lenguas decían que sólo comía los mendrugos de pan que ella le dejaba, aunque yo creo que también pillaba algunos picos.

- Hola, don Pedro, espere que le ayudo.
- No, no, hijo, no hace falta. ¿Pedro, coño, vas a dejar que un niño te ayude? ¡Vaya alfeñique de marido me busqué! Ya lo decía mi hermana, cásate con el primo Juan que aunque sea tu primo es médico y maldita sea yo por no haberle hecho caso. ¡Con lo hermosa que yo estaba!
- ¡Calla, mujer! Tu hermana se murió con treinta gatos en casa sin haber tenido novio en su vida y yo fui el único que se fijó en la gorda del pueblo así que deberías estarme agradecida… - En ese punto doña Angelines decidió que aunque ella pudiera hacerlo no estaba bien que ante un vecino se dijeran tales buenas palabras, así que le propinó un buen guantazo en la cara. Otra cosa que se debe saber de esta fructuosa pareja es que es de esas pocas en que la mujer pega al hombre y no precisamente con cariño. Lo que nunca se supo es porque don Pedro no esquivaba los guantazos. Ella no iba a salir corriendo tras él, eso era seguro… y si no siempre le quedaba la opción de subir las escaleras. Pero no, siempre aguantaba una tras otra. Era todo corazón… o todo imbecilidad, según se mire.
- No pasa nada, de verdad.
- Deja, niño, ya las llevo yo que si no esta víbora no me va a dejar en paz en todo el día.
- ¿Víbora? Ya hablaremos tú y yo cuando el niño se haya ido…
- Bueno y… ¿sabe algo más?
- No, niño, no, pero ¿por qué tanta curiosidad por el muerdepuré?
- Pues… pues… quiero hacer un reportaje fotográfico de la vida de un mendigo.
- Ya veo… y te has cogido al más feo para que dé más pena en las fotos, ¿no?
- Ejem, sí, usted lo ha dicho.
- ¿He oído bien? Don Vicente y yo íbamos juntos al colegio… - dijo don Pedro tras volver de la cocina.
- ¿Qué tú qué? ¿Y cómo es que yo no sé eso?
- ¿Es que tengo que contártelo todo, mujer? En fin… verás estudiamos juntos en el colegio hasta que a los dieciocho se marchó a la universidad. Apareció como lo conoces ahora hace veinticinco años. La última vez que lo había visto fue cuanndo se marchó a la universidad y su aspecto te puedo asegurar que era muy diferente. Recuerdo que era envidiado por todos por ser el único que se marchaba, aunque también era el único de una familia rica. Sus padres habían sido los dueños de la antigua fábrica de aceitunas. Esa que está abandonada bajo el castillo.
- Bueno, eso descarta lo de la guerra civil – pensé en voz alta.
- Sí, eso es una patraña de esas que se inventan las marujas como mi mujer…
- ¿Maruja yo?
- ¡Calla, mujer!
- Bueno, será mejor que me vaya. Ya es hora de comer y a mi abuela no le gusta que me retrase.
- Sí, llevas razón, niño. Pero dile de mi parte a tu abuela que nos mande cuando subas para tu casa un platito con esas croquetas tan ricas que hace, ¿se lo dirás?
- Sí, sí, no se preocupe. Y gracias por la información.
- A mandar. Tú, cerdo, hazme de comer…

Durante el resto del día estuve buscando sin fruto alguno a don Vicente. Tampoco apareció Lucero en una de sus fugaces apariciones donjuanescas. A la mañana siguiente iría a ver al hijo del alcalde, Pepe, que jugaba en las pistas del instituto Cristóbal de Monroy al futbol o andaba por los parques cercanos buscando algún perro o gato al que joder hasta el alma sin ningún remordimiento.

4 comentarios:

feny dijo...

asias hombre. lo leere

feny dijo...

le fantastiqe. mu weno ya ire siguiendo este comic.xd

ladiya dijo...

jejejeje

k gran pareja!!

jejeje está interesante la historia de Don vicente

maldición k se acaban tus exámenes y con ellos tu inspiración

;)

Juliette dijo...

Tengo la sensación de que esto va a traer muchos capítulos... jeje.



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