17 septiembre 2008

Sexo Islámico por Josep Tomás


Hace unos meses vi un reportaje en televisión que me hizo alucinar durante su emisión y reconozco que también en días posteriores. No recuerdo si lo emitió La 2 o algún canal temático, pero sí el tema del que se hacía eco: la transexualidad en Irán.

A priori, sabiendo cómo se resuelven en el país de los ayatollahs estas cosas, uno esperaba contemplar el habitual compendio de ejecuciones públicas, vía lapidación o ahorcamiento, a las que se entregan con tanto entusiasmo las autoridades religiosas, políticas y televisivas de dicha república islámica.

Sin embargo, resulta que no. Sorpresa, sorpresa, en Irán el Estado sufraga las operaciones de cambio de sexo de los ciudadanos que las solicitan porque en el Corán no se menciona ni se condena la transexualidad. Así lo dijo a cámara un experto en ley islámica, quedándose tan pancho. Una lógica aplastante, sin duda. Ahora bien, no todo es tan bonito.

Sin duda, se trata de una medida justa para todas aquellas personas cuya identidad sexual y genital no coinciden, sin embargo, está provocando que muchos varones homosexuales iraníes recurran a estas operaciones como único medio para que les dejen en paz huyendo de la pena capital. O sea, una barbaridad. Lo más grave de la cuestión es que quien dictamina la salud mental de los pacientes y su idoneidad para someterse al cambio de sexo es un tío que tiene un amigo invisible, creador de todas las cosas...

Antes de continuar, me gustaría precisar que para mí todas las religiones son iguales. No voy a entrar en debates idiotas del tipo "el islam es peor" o "el cristianismo es amor" porque no creo en los Ovnis ni en los fenómenos paranormales. El fanatismo religioso, que conlleva el rechazo, la exclusión, la conversión o el aniquilamiento del diferente, es idéntico, se le rece a quien se le rece. Todas las grandes religiones del mundo han tenido épocas más o menos intransigentes y salvajes, por lo que ninguna de ellas puede permitirse el lujo de mirar a las otras por encima del hombro. Y lo mismo cabe decir de ciertas actitudes o movimientos anti-religiosos. O sea, empate. Será una condición intrínseca al ser humano...

El caso es que la religión sigue teniendo mucho peso en muchas personas (algo respetable) y en muchas sociedades (algo más preocupante). La presión religiosa es especialmente terrible en el mundo islámico. Hace unos años conocí a un saudí en Atenas, a altas horas de la madrugada, que en un momento dado se puso a llorar desconsoladamente, no sólo por el pedo que llevaba, sino porque al día siguiente volvía a Riyad y maldita la gracia que le hacía. Pobre. Y eso que, gracias a los petrodólares familiares, se desahogaba sexualmente viajando un par de veces al año... Un lujo al alcance de pocos.

De todas maneras, las cosas, poco a poco, están cambiando. El sexo, un tabú enorme en el mundo islámico, ya cuenta con un espacio propio en la televisión. En un canal por satélite árabe, que emite desde Egipto, hay un programa-consultorio de una sexóloga, Heba Ktob, en el que se explican a los televidentes qué practicas sexuales son 'haram' (pecado) o 'halal' (permitidas) según la tradición islámica.

Ni que decir tiene que la emisión de dicho programa (que se llama 'La gran charla') ha provocado las iras de los sectores más conservadores, y eso que la señora Ktob invoca a Alá cada dos por tres ('el sexo es un regalo de Dios') y no se caracteriza por lanzar mensajes excesivamente atrevidos: condena las relaciones prematrimoniales, el sexo sin amor, la pornografía, el sexo anal... Vamos, una forma de ver las cosas que desprende un tufillo que también nos resulta familiar por estas latitudes.

A pesar de todo, aunque la información que ofrece la señora Ktob sea sesgada, falsa o malintencionada, siempre será mejor que el silencio y la ignorancia que preconizan algunos cuando el sexo sale a relucir. Por algo se empieza y menos da una piedra...

1 comentario:

Anónimo dijo...
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