16 abril 2008

Un día de cólera...

Jacinto Ruiz Mendoza padece de asma, y hoy ha amanecido -como le ocurre a menudo- con fiebre alta y profunda sensación de ahogo. Desde la cama en la que se encuentra postrado oye disparos sueltos y se incorpora con esfuerzo. Tiene el cuerpo empapado en sudor, así que se quita la camisa de dormir húmeda, se refresca un poco la cara con el agua de una jofaina y se viste despacio, abrochando con dedos torpes los botones de la nueva casaca blanca con solapas y vueltas carmesíes con la que acaba de ser dotado el regimiento de infantería número 36 de Voluntarios del Estado, donde sirve con el grado de teniente. Le cuesta acabar de ponerse la ropa, pues se encuentra débil; y su asistente, un soldado al que envió en busca de noticias, no ha vuelto todavía. Al cabo logra ponerse las botas, y con pasos indecisos se dirige a la puerta. Nacido en Ceuta hace veintinueve años, Jacinto Ruiz es delgado, de complexión débil, pero voluntarioso y con mucho pundonor militar. Su carácter es tranquilo, casi tímido, con un punto de retraimiento debido a la enfermedad respiratoria que padece desde niño. Por lo demás, patriota, fiel cumplidor de sus obligaciones, amante del Ejército y de la gloria de España, en los últimos tiempos ha sufrido lo indecible, como tantos de sus camaradas, por la postración nacional ante el poder napoleónico. Aunque, no siendo hombre exaltado, nunca expresó opiniones políticas más allá del cerrado círculo de los amigos íntimos.

En la escalera, Ruiz encuentra a un mozalbete que sube corriendo, y con él se informa de que los franceses disparan contra el pueblo mientras grupos de civiles se encaminan a los cuarteles en busca de armas. Inquieto, Jacinto Ruiz sale a la calle y apresura el paso sin responder a las interpelaciones que varios vecinos, al ver su uniforme, le hacen desde los balcones en demanda de noticias. Sigue sin detenerse en dirección al cuartel de Mejorada, situando al final de la calle de San Bernardo, en el número 83 y haciendo esquina con San Hermenegildo, un poco más arriba del edificio de la Junta de Artillería. De ese modo, lo más aprisa que puede, aunque sin descomponer el paso para no causar mala impresión, luchando con el sofoco de sus pulmones enfermos y pese a la fiebre que le hace arder la frente bajo el sombrero, el humilde teniente de infantería, cuyo nombre no es más que una escueta línea en el escalafón del Ejército, acude a incorporarse a su regimiento sin sospechar que, cerca de la calle por la que ahora camina, muchos años después de ese largo día que apenas comienza, se alzará un monumento de bronce a su memoria.

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¿Hace falta que lo recomiende? Para correrse vivo...

2 comentarios:

ladiya dijo...

putos gabachos


viva sarkozy!!

quillo_3 dijo...

En serio, no te puede imaginar lo que estoy disfrutando con este libro... en un día me leí la mitad de sus 400 páginas... viene con un plano enorme de madrid para que te ubiques en todo momento, incluso!!!

son más de quinientas pequeñas historias, ninguna dura más de tres páginas sobre todos aquellos personajes que tuvieron algo que ver en el 2 de mayo... Reverte es un genio a la hora de novelizar historias buceando entre lo historiador y lo novelesco.... algunas historias consiguen emocionarte... yo desde luego llevo dos días queriendo matar gabachos XDDDDDDDDDDD



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