Aunque parece el título de una novela posmoderna, esto fue lo que me preguntaron el otro día en Moscú cuando pasé en coche por debajo de un puente.
Ante mi mudo desconcierto, uno de los moscovitas que viajaba conmigo me explicó (con la misma naturalidad con la que un padre le explica a su hijo en qué consiste un eclipse de sol) que si uno pasa bajo un puente justo cuando por encima lo hace un tren, conviene palmear las manos por encima de la cabeza tres veces para atraer a la fortuna.
Olvídese de las herraduras y los tréboles de tres hojas: los antídotos rusos contra la mala suerte son más variados, divertidos y desconcertantes que el recetario de Panoramix.
La superstición es contagiosa y debo reconocer que tras varios años en Rusia mi blindaje racional frente a las manías rusas está hoy más agrietado que el sarcófago que recubre el cuarto reactor de la central nuclear de Chernóbil.
Muchas de estas supersticiones populares que los rusos acatan con robótica devoción las he ido incorporando (porque nunca se sabe y más vale prevenir) a mi abanico de actos reflejos, entre los que se incluye el cepillado nocturno de dientes, el encendido de ordenador o la celebración de un gol del Madrid.
De hecho, nunca se me ocurre darle la mano a alguien si estamos separados por el umbral de la puerta (da mala suerte), ni dejo botellas vacías sobre la mesa (de lo contrario nuestras vidas serán huecas). Siempre que regalo flores lo hago en número impar (los ramilletes pares son para los muertos), y me miro de refilón en un espejo cuando vuelvo a casa a por algo que se me había olvidado.
Pero estos son los ejemplos más básicos del 'misal' de recetas contra el mal fario que la mayoría de los rusos se sabe de memoria.
Una vez una amiga me pidió prestado por unas horas a mi gato Puzo (Panza) para que espantase a los malos espíritus del piso que acababa de estrenar (aterrorizado le dije que se buscara a otro minino 'cazafantasmas').
Si durante un paseo por la Plaza Roja usted pisa sin querer el zapato a su interlocutor, no se moleste si éste le devuelve el pisotón (es la curiosa forma que tienen los rusos para exorcizar una segura discusión). Tampoco silbe en casa si quiere evitar que la riqueza futura vuele por la ventana, y ni se le ocurra limpiar con la mano las miguitas que hay sobre la mesa si no quiere que su marido se quede calvo (sí, yo también pensé que me estaban tomando el pelo cuando me contaron esta). Así mismo, las mujeres casaderas deben evitar sentarse las esquinas de las mesas, pues de lo contrario no hallarán marido en al menos siete años (el destino dosifica su crueldad a plazos como las hipotecas).
Si los rusos cumplieran sus leyes tan a rajatabla como sus decenas de mandamientos supersticiosos, este país sería más eficiente que un reloj suizo.
Antes de emprender un viaje, sus amigos rusos se sentarán a su lado y compartirán unos segundos de silencio (a esta costumbre la llaman 'prisiadem na dorozhku') para que nada se trunque en su camino, incluido el motor del Boeing de Aeroflot en el que está a punto de facturar su destino. Y si sus anfitriones rusos quieren verlo a usted por casa pronto, se cuidarán de no limpiar la casa inmediatamente después de su marcha.
Por cierto, si alguna vez ve que un pasajero de trolebús, autobús o tranvía se zampa su billetito, no piense, por favor, que los rusos pasan hambre (las colas desaparecieron hace ya más de quince años). La explicación es mucho más sencilla e increíble: si las tres cifras del ticket suman igual que las tres últimas, conviene tragarse el papelito como método infalible para invocar la buena suerte (hay que decir que desde que han cambiado los finos papelitos por tarjetas acartonadas el rito se ha vuelto pelín más indigesta).
Además de tocar madera, los rusos conjuran el mal fario escupiendo tres veces sobre el hombro izquierdo (donde se agazapa el diablo). En caso de que se le cruce un gato negro bastará con que se agarre un botón para repeler la mala suerte. Pero si se da el caso de que usted rompe un espejo (Dios no lo quiera) la cosa se pone chunga: el desaguisado anuncia desgracias ineludibles y personalmente le aconsejo que repita todos los remedios citados (pues nadie ha sabido darme un remedio infalible para contrarestar esta dura prueba del destino).
Si hay un pueblo fatalista ese es el ruso, que se rinde ante la 'sudba', la suerte o destino sin oponer resistencia. Es por esta razón que no acabo de comprender bien cómo un pueblo que cree que el destino es inamovible, se molesta en acatar tantos apaños y supercherías para sortear el embate de la mala suerte. Si no existe escudo capaz de detener los misilazos del destino, ¿para qué molestarse poner tiritas sobre las grietas de un edificio -el de la buena suerte- que cederá cuando tenga que ceder? Imagino que lo hacen (lo hacemos) por si las moscas.
Por cierto, ya que hablamos de bichos, debo decir que de todas las supersticiones rusas mi predilecta es la de la araña. Y me van a permitir que se la cuente: me aseguran mis conocidos rusos que si usted ve en su casa a una araña que asciende por su hilo, tenga por seguro que se avecina una buena noticia. Si por el contrario la araña desciende, la noticia será negativa.
Creo que a esta corresponsalía le va haciendo falta un baremo mediático de ocho patas...
1 comentario:
este támbien me lo he leido en clase jeje
más que curioso y gracioso el tan extenso repertorio de supersticiones de los rusos y como las tienen de arraigadas
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