A pesar del dulzor del capuchino, Paco no lograba meterse en la conversación que mantenían sus padres y su hermano pequeño. Se encontraba encerrado en su mundo… Divagaciones de una mente adolescente. El vaso era casi una copa y el marrón del café se veía al trasluz con toda la nata de cafetera sobre él. Llevaba un poquito de brandy, le había dicho su madre. No entendía muy bien por qué se le echaba alcohol al café pero lo cierto es que era más dulce que los que tomaba en Murcia. Suponía que por eso costaba casi mil pesetas; eso y el lugar. Muchas veces, pensó, no pagas lo que bebes sino el sitio en que lo bebes. Era impresionante, la verdad, nunca había visto algo así. Vale que solo tenía 15 años y no tenía mucho mundo pero una cafetería en que los camareros te sirven de esmoquin, de techos de caoba a cuatro metros de altura, con grandes cristaleras que dan a la calle de estilo rococó, por más ostentoso que le parezca a muchos, impresionaría a cualquier persona, ¿no? Bueno, ¿qué más da? El turista tiene derecho a comportarse como tal. Pensó en sacar su cámara para echarle una foto al ambiente burgués del café. Era todo como sacado de un cuadro impresionista o de una novela inglesa. Bueno, vale que lo del arte rococó no entraba muy bien en la comparación pero Paco tampoco es que fuera docto en muchas cosas a su edad. Decidió que mejor se guardaba las 5 fotos que le quedaban en el carrete. Nunca sabes si puedes echar una buena foto más tarde.
Maldita cabeza, pensaba. Mente inquieta. El enamoramiento era una mierda, siempre dándole vueltas a lo mismo una y otra vez y, acojonado, nunca llevando a cabo las situaciones que se imaginaba. Que si escribirle una carta y dejársela en un libro para que al abrirlo se llevara una sorpresa, que si ir directamente al grano invitándola a ir al cine, por más que pensaba en situaciones parecidas a las que había visto en las películas no se veía con valor suficiente para acometer ninguna de ellas.
Quizá un paseo le vendría bien para volver a disfrutar de la magia de Praga. Tenía ganas de salir al frío, cámara en mano, a hacerle fotos al puente de Carlos con el castillo de fondo. Al día siguiente iban a subir a verlo por lo que si quería hacerle una foto tendría que ser ahora. Sus padres al principio pusieron pegas en que se marchara solo pero el inglés de su hijo era suficiente, pensaron, para que diera una vuelta. Supuso Paco que sus padres no eran tontos y que se darían cuenta de que estar siempre con un hermano pequeño pegado al culo te hace necesitar algún momento para estar solo. Lo que él no sabía es que desde las cristaleras casi se divisaba el puente entero. Supervisión paterna. Así, tras rehusar el hermano pequeño a acompañarlo ya que se encontraba más a gusto tomándose no solo su capuchino sino lo que quedaba de su hermano mayor, Paco salió a 10 grados al sol.
Mientras caminaba por la calle adoquinada, pensaba en la trivialidad del pensamiento de un adolescente. Sabía que era estúpido darle tantas vueltas a algo tan simple. De hecho, creía que eran pasos que se dan adelante y hacia atrás, cosas características de la edad. Pero no hay cosa peor que ser consciente de la estupidez infantil y caer en ella por costumbre. ¿Y qué más da, si son cosas de la edad? Seguro que en el futuro controlaría este tipo de cosas y tendría soltura en esto del amor pero era una mierda el tránsito a ello. No sabía si comportarse como cualquier capullo de su edad, chulear un poquito, hacerla reír, intentar ser un hombro comprensivo o el topicazo que tantas veces lo había dejado compuesto y sin novia: sé tú mismo. Toma ya. Pues debía ser bastante subnormal e insulso porque todas las citas pedidas se contaban por negativas.
En esas estaba el imberbe chaval cuando se dio cuenta de que ya estaba al pie del puente. Ojeó alrededor suya. El puente estaba repleto de pintores, músicos, saltimbanquis y demás personajes. Microeconomía turística. Se apoyó en el muro derecho de piedra fría y decidió no pensar más en tonterías. Lo mejor era divertirse con el que había sido su pasatiempo favorito durante todo el viaje: contar japoneses. Uno, dos, tres, cuatro, cinco… Durante quince minutos llegó a contar 97 japos. Lo que le gustaba no era ver que parecen sacados de debajo de las piedras sino las pintas que tenían algunos de ellos. El juego muchas veces tenía variantes del tipo Número de japoneses con el pelo naranja o Número de japonesitas con minifalda en una ciudad a 10 grados al sol, sol inexistente la mayor parte del tiempo, por cierto.
Tras un buen rato de diversión introvertida, se puso manos a la obra con la foto que quería hacer. Sacó la cámara, comprobó que la distancia focal era la adecuada para que el castillo se viera totalmente nítido y se puso a esperar a que esas puñeteras nubes se abrieran para dejar pasar algunos rayos de luz. Los minutos pasaron hasta que el ejercicio de esperar se convirtió de nuevo en reflexión sobre cómo podría pedirle salir. Y así hubiera seguido bastante rato si no fuera porque un sollozo lo sacó de su ensimismamiento. Era débil, pero hiriente. Miró de soslayo y vio a una chica tres metros a su izquierda enfundada en las solapas de un abrigo largo marrón. Se encontraba como él apoyada en el muro de piedra mirando a ninguna parte, allá en dirección del río Moldava. Tendría unos veintipocos años y a pesar de unas grandes ojeras era muy guapa. Tenía un parecido a Audrey Hepburn con ese flequillo sobre la frente que sin saber por qué siempre le parecía estilo francés. Paco se sentía profundamente conmovido. Siempre pensó que era una terrible injusticia el que una mujer llorara de aquella forma. Dejó de pensar en cómo pedir una cita y se vio construyendo un por qué en su cabeza. Quizá se le habría muerto alguien… quizá su padre o su madre. O la habrían suspendido la última asignatura que le quedaba para terminar una carrera universitaria otra vez. Alguna traición a lo mejor… Cualquier motivo le parecía válido.
- ¿Eres fotógrafo, chico? – le preguntó por sorpresa en un inglés rudimentario. El corazón de Paco se puso a bombear a ritmo frenético y curiosidad y vergüenza se entremezclaban en su mente. Dios mío, me ha pillado mirándola, pensó. Se lo habrá tomado a mal seguro, nunca hay que meterse en la vida ajena, estúpido.
- Eh, sí – contestó con un inglés a la par.
- Son bonitas las vistas, ¿verdad?
- Sí, mucho.
- ¿De donde eres?
- Em, de, em… Soy español.
- Oh, alguna vez me gustaría visitar España. Yo soy checa… aquí no hay mucho sol. Me encantaría tomar el sol en vuestras playas.
Se hizo una pausa terrible. Paco estaba muy avergonzado. No sabía qué decir. Solo era capaz de mirar al río… De reojo de nuevo se había dado cuenta de que seguían cayéndosele lágrimas de vez en cuando por su cara. Sentía cada una como un puñal clavado en su propia espalda.
- Siento si le ha molestado que la mirara. – No sabía como se había atrevido a decir eso.
- No, tranquilo. Pensarás que estoy loca. Una chica apoyada en un puente mientras llora por un amor que se fue en la ciudad de Praga. Te tiene que parecer sacado de una novela, ¿verdad?
- Em… Siento que esté triste. – dijo mientras caía en la cuenta de que no había pensado en que eso fuera lo que le ocurriera. Para él, los amores eran todavía para siempre.
- Oh, cariño, no tienes la culpa.
- Aún así, lo siento. No debería llorar jamás.
- Gracias, eres un cielo, pero a veces cuando un amor se va te deja vacía durante mucho tiempo. A veces toda la vida.
- Perdóneme pero si ese chico la dejó no merece que llore por él.
- No me dejó… Bueno… murió hace dos años en un accidente de coche.
Paco pensaba que se iba a desmayar en cualquier momento. ¿Cómo podía ser tan subnormal? Después de todo sí que se le había muerto alguien, pensó, y al momento se sintió culpable por tal pensamiento.
- Lo siento, yo no…
- Tranquilo, ¿cómo ibas a saberlo?
Se hizo de nuevo un silencio. Dos lágrimas más… Paco no sabía qué decir. Lo sentía tanto por ella, le hubiera encantado abrazarla y que ya no sintiera más pena. Ilusiones de infancia.
- ¿Sabes? Aquí en este puente me pidió... ¿cómo se dice? ¿Una cita? Sí, eso, nuestra primera cita. Estephan era un chico tan guapo y tan alegre…
Sus palabras cesaron dejando a continuación otras dos lágrimas silenciosas.
- Señorita, por favor, no llore.
- Sí, es cierto, ¡qué impresión te debo estar dando!
- No se preocupe, por favor, no llore más.
Ambos se quedaron unos instantes mirándose a los ojos. El primero en apartar la mirada fue Paco. Le dolía no poder hacer nada. Puta frustración.
- Te gusta la fotografía, ¿eh?
- Eh, sí, señorita.
- No, por favor, llámame Katerina.
- Yo me llamo Paco. Tienes un nombre precioso – dijo mientras al darse cuenta de lo dicho su cara parecía un tomate de Mazarrón.
- Gracias, Paco. Vamos a hacer una cosa… ¿Me haces una foto?
- Eh, sí, claro.
Paco dejó de mirarla a los ojos. Se había dado cuenta de que eran azules como los suyos pero le destrozaba mirarlos con el aspecto conmovedor que sólo da haber llorado. Se centró en su cámara. Tenía que hacer un retrato con el castillo al fondo así que la preparó para ello. Miró por el visor y se dio cuenta de que por la cara de Katerina seguían cayendo lágrimas. Despegó su cámara instintivamente para mirarla a simple vista. Se sentía culpable, como si le robara aquella intimidad.
- Paco, ¿estoy bien aquí?
- Sí, es solo que…
Paco volvió a mirar por el visor. Espero unos segundos mientras se le tranquilizaba el pulso.
- A la de tres: un, dos, tres.
Ella estaba preciosa a la vez que terriblemente dulce. Había sonreído mientras le caían las lágrimas. Paco no había hecho una foto tan bonita en su vida. Era tristemente bonita.
- Gracias – dijo Paco.
- No digas eso o harás que me ponga roja.
- Perdón pero creo que es una foto muy bonita.
- Gracias a ti.
- ¿Quieres que te la mande a alguna dirección cuándo llegue a casa?
- No, cariño, quédatela… ya me has dado suficiente hoy.
- ¿De veras que no…?
- Mejor quédatela tú.
Se hizo de nuevo el silencio. Paco no sabía si seguir insistiendo en mandársela o no. Quizá se tomara a mal eso de darle la dirección.
- Bueno, me tengo que ir que empieza a oscurecer.
- Sí, es cierto, mis padres me estarán esperando en el café.
- Bueno, cielo, encantada de conocerte.
- Lo mismo digo. Gracias por la foto.
- Gracias a ti, cariño – dijo mientras se acercaba y le daba un beso en la mejilla.
- Espero que todo te vaya bien, Katerina.
- No te preocupes, me irá.
- Eso espero.
- Hasta otra, Paco.
- Hasta otra.
Ella se marchó por el puente con una sonrisa en la boca… Él se dijo que en cuanto volviera a clase le pediría una cita de una vez.
7 comentarios:
sorprendente qillo , m has sorprendido. esta es una d esas historias de amor d las q m gustan a mi.
si t soy sincero hasya q he llegado al final pensaba q era del charly
mmm no me insultes XDDD
????
A lo mejor me ves/oyes sobre tomar café...
buena historia y bien contada, aunque me habría molao k ella fuera un fantasma...
!)
Preciosa historia Quillo, de esas que endulzan el alma.
Jajaja ladiya, con lo de que fuese un fantasama me has matao jejeje que bueno.
tipico-tópico al canto ¬¬
si te vas a praga con tus padres es hasta posible que te tomaras café XDDD
ah, por cierto, gracias por los comentarios... me voy a volver políticamente correcto XDDD
si me fuera con mis padres?
como si ellos por ir a Praga fueran a tomar café?
k pasa es obligatorio??
NINGUNO TOMAMOS CAFÉ...
políticamente correcto? mi no entender
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