Descalza e Intro por Juliette

En verano nunca lleva calcetines. Le gusta sentir el tacto de las cosas con sus pies. Sólo se pone zapatillas para el baño y la cocina porque las frías baldosas le hacen encoger sus dedos. Suspira en el sillón con las piernas encogidas. Acaricia suavemente sus muslos con la yema de los dedos, así cierra los ojos y le recuerda un rato. Hace más de un año que observa los atardeceres sin besitos en el cuello. Llora de vez en cuando para no olvidar que sigue viva. Piensa convencida que es el dolor lo que nos hace humanos. Vuelve a casa preguntándose sobre la vida de la gente que cruza su mirada. Piensa que todo el mundo merece la pena, incluso a él le sigue queriendo. Siempre fue ingenua, desde pequeñita.

Un día, en el espacio entre la segunda y la tercera galleta, sonó el timbre y apareció en la puerta. No consigue pensar nada, sólo le mira. De repente ella olvidó la nota que nunca dejó, las llamadas que nunca hizo, las explicaciones que nunca dio y las excusas que ni siquiera se molestó en inventar. Simplemente apareció. Asesinando una dignidad que tantas mañanas dedicó en creer que tendría si llegase aquel momento.

Eran las doce y diecisiete de la noche. Las letras empezaron a derretirse. Goteaban por fuera de la pantalla. No podía dejar de mirar. Una masa viscosa se estaba apoderando del escritorio. La pantalla ahora estaba vacía. No había nada. Quiso tocarla pero la tecla “intro” y “control” se alargaron para agarrarle las muñecas. La torre comenzó a gruñir como un perro contagiado de la rabia y vio que el escáner se abalanzaba sobre él abriendo y cerrando perversamente la tapa. Por un instante tuvo miedo. Pero valerosamente pulsó “Esc” y siguió durmiendo.