Un día de mierda

Puta. Hija de la gran…

- Lo siento, señor – me dice un tío que pasa por al lado mientras mi dedo gordo se caga en sus muertos. Es verano, esto es Murcia, es agosto, son las cuatro de la tarde, no hay nadie por la calle y el único cabrón que aparece me tiene que pisar.

Hija de la gran puta. Y encima pisotón al canto. Tendré que andar más de media hora más hasta llegar a casa cojeando. Por si no fuera poco que este pobre imbécil tuviera cara de gilipollas integral después de que la puta de su novia corte con él cínicamente porque no es suficiente para ella tras todas las cabronadas sufridas habidas y por haber, encima una cojera patética. Ella tiene toda la culpa. Hasta los huevos me tiene. Cuando dentro de unos días quiera un polvo gratis no pienso volver a caer, no, señor. Ni pagando, aunque bueno todo es negociable… No, ¿qué coño? Esta vez es la definitiva. Ya estoy hasta los cojones de que siempre me ande con excusas: él se me acercó a charlar, cariño te juro que solo fue una vez, esa amiguita tuya lo que quiere es comerte la polla, tu madre es una zorra, qué mal novio eres por salir con tus amigos sin mí, si mi amiga te insultó es que algo habrías hecho… La odio.

Pasan diez minutos y el cabreo fluctúa. Ya no ardo. Ahora me irrumpen recuerdos. Supongo que será porque es la primera relación que tengo larga pero lo cierto es que no puedo cagarme en sus muertos sin a la vez sentir pena. Han sido dos años, es normal, ¿no? Pero no me merecía. Ahora lo veo claro. Total, ¿qué ha hecho falta? ¿Solo dos cuernos reconocidos, unos cuantos más en camino que conoceré con el tiempo y veinte mil discusiones en medio año? Eso le puede pasar a cualquiera, ¿no? Menuda cara de gilipollas debo tener. Y está lo de la puta cojera… ¡Tengo que tener la uña negra!

¿Y él? Él, él también es un farsante… ¡Menudo cabrón! ¡¿Qué clase de amigo escucha tus problemas de pareja mientras se la tira?! Pero es que por si no fuera poco el muy cínico dice que creía que ya no estábamos juntos. Si lo tuviera delante le… ¿A quien quiero engañar? ¡El puto gordo pesa ciento veinte kilos, me saca una cabeza y si lo ves de espaldas parece un andamio! Lo que me hacía falta encima es que me hostiara vivo… Cara de gilipollas, cojo, con media ropa rota y un ojo a la virulé… ¡Sería una tarde completa!

- Socio, ten cuidado por dónde andas… - me dice un garrulo de mierda mientras me pisa en el pie bueno.

- ¿Pero esto que pijo es? ¿Una broma?

- Socio, ¿algún problema?

- Enano de mierda, estoy a nada de arrancarte la cabeza…

Pasan otros diez minutos. Ahora, imbécil, cara de gilipollas, doble cojera y encima un ojo morado. ¿Quién me iba a decir a mí que el enano coñón, el puto garrulo mal nacido, sabía kid boxing? Odio a los garrulos. Lo peor no es eso, lo peor es que el tío se marchó riéndose en mi cara, pavoneándose frente a una de esas Chonis o Jessicas o Mariluces, con tanto oro en el cuerpo como para dar de comer durante diez años a un pueblecito de África.

¿Y ahora qué? Me toca llegar a casa y en solo media hora (doble cojera, doble tiempo) mi madre me hará muchas más preguntas de las que puedo contestar. El malo, como no, seré yo:

- Llevo diciéndotelo un año, esa chica te iba a poner los cuernos tarde o temprano y no contento con ello te dejas que te pongan dos como mínimo. ¿En qué estabas pensando?

¿Y mi padre?

- La vida te da y te quita, hijo. Yo pasé por problemas parecidos cuando tenía tu edad. Recuerdo una vez que…

Tampoco es que pudiera llamar a mis otros amigos. A estas alturas el cabrón ya les habría contado lo bueno que era él, la pobre víctima, y el intransigente de turno, el malo insensible que en algún retorcido razonamiento se lo merecía sería yo. Unos por simples, otros por conveniencia, todos le harían el juego al más popular, al más guay… O como poco se lavarían las manos que es lo más cómodo en estos casos. Cabrones.

Giro una curva y escucho un ruido parecido a frenos. Me giro y un camión viene a toda leche hacia mí. Me da el tiempo justo para esconderme en un portal mientras se estrella y vuelca a pocos metros de mí. Rápidamente corro a la cabina. El conductor está sangrando por la cabeza aunque no parece nada grave. Tras ayudarle a salir, le miro más detenidamente. Es solo un corte, escandaloso, sí, pero sobrevivirá. El hombre no acierta a decir nada coherente. Algo de que perdió el control o no sé qué. Se mira las manos ensangrentadas y cae en la cuenta de que está empapado. Se desmaya. ¡Ole mis cojones! El accidente ocurre en el único barrio que por lo visto está vacío de vecinos que deben estar disfrutando de un bañito en alguna playa embadurnados de protección treinta o haciendo fotos a cualquier gilipollez para turistas. Miro a mi alrededor buscando si por alguna esquina surge otro viandante pero ¿quién pijo va a caminar por Murcia a las cuatro de la tarde en verano? Solo un imbécil con cara de gilipollas, doblemente cojo, de corazón roto y ojo morado. Me quito la camiseta y aprieto fuertemente la herida para que deje de sangrar lo antes posible y cojo el móvil. Mientras hablo con la telefonista de la policía, con voz de estar jodida porque es de los pocos seres patéticos que trabajan en agosto en Murcia, y me fijo en el camión. Es de Estrella de Levante y tiene gran parte de su carga repartida por la mitad de la calle. La mujer me ha dicho que en cinco minutos la policía llegará así que me doy prisa. Miro la herida del conductor. En efecto ha parado de sangrar. Voy a la parte de atrás del camión y cojo una de esas carretillas de acero y la cargo con seis cajas de tercios. Vuelvo a comprobar que el hombre ya no sangra.

Ya solo me quedan unos cinco minutos para llegar a casa. Soy un imbécil con cara de gilipollas, doble cojera, corazón roto, un ojo morado, con panza sudada al viento, pero conduzco una carretilla con seis cajas de tercios que irán directamente a parar al congelador para darme un homenaje. Creo que me lo he merecido después de este día de mierda, ¿no?