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Claro que no es de izquierdas
Seguro que a muchos les habrá sorprendido el titular del artículo de Ibsen Martínez publicado el sábado en El País: No es de izquierdas, es fascista. Yo coincido plenamente con esta idea. El presidente de Venezuela es, ante todo, un militar golpista, un hombre rebosante de ambición y de osadía, muy bien adaptado a la comunicación televisiva, que ha cabalgado sobre las inmensas injusticias que hay en América Latina para alcanzar el poder y ahora mantenerse en él. Es tan de izquierdas como lo era Juan Domingo Perón. O como lo son Putin y Ahmadinejad, con quienes Chávez juega al tres en raya exactamente igual como Perón lo hizo con Franco. El argentino se benefició de la riqueza agropecuaria de su país como el venezolano se aprovecha de la riqueza petrolífera. Lo que hay de supuesto socialismo en su política no es más que clientelismo político a gran escala, subsidio y asistencia a cambio de votos. Chávez, Putin y Ahmadinejad se dedican a fumarse la riqueza del país para consolidarse en su poder personal en vez de mejorar de verdad la vida de los ciudadanos y garantizar su futuro. De paso crean una burguesía corrupta alrededor de los negocios realizados con dinero público. La riqueza petrolífera se ha demostrado que veces puede ser una desgracia para el país que la tiene y no sabe aprovecharla. La jornada de seis horas que pretende implantar la nueva Constitución que ayer se votaba es una buena muestra de esta demagogia. ¿Cómo quiere Chávez levantar un país poniéndose en la cola del trabajo del mundo?
Nada sé todavía sobre el resultado del referéndum de ayer, pero puede ser la última vez en muchos años en que los venezolanos puedan expresar más o menos libremente su parecer en una papeleta. Si gana el sí a la reforma constitucional, el semáforo en verde permitirá empezar el último tramo de este viaje hacia la nada, la dictadura y la miseria. No es obligatorio, claro que no, pero la nueva Constitución dota al jefe del Estado de todos los poderes para hacerlo. Nadie deja de utilizar normalmente los poderes que tiene en su mano.
Chávez ha sido elegido por las urnas, pero su forma de gobierno es plebiscitaria y personal. Si no es todavía una dictadura es porque hay gente que se resiste a que lo sea, incluso dentro del propio chavismo. Pero no por Chávez, que se siente con derecho a mandar él sólo en Venezuela y en las cumbres de jefes de Estado y de Gobierno. A él nadie le da la palabra, se la toma y basta. Y quien le llame la atención porque no deja hablar a los otros, aunque tengan el turno de palabra, se convierte en enemigo de Venezuela, en alguien que veja el honor y la soberanía de los venezolanos. Chávez lo tiene todo, el espíritu, el carácter y la (de)formación para ser un dictador. Sólo le falla su vocación de cantante y de locutor verborreico, que le acerca más a Berlusconi que a Mussolini, aunque uno y otro también en muchas cosas coinciden.
No hay democracia sin derechos ni respeto a las minorías. Ésta no es una idea de derechas sino de izquierdas, de izquierda radical: la libertad es siempre la libertad de los otros, de los que piensan distinto (Rosa Luxemburgo). Tampoco hay democracia sin medios de comunicación libres: y él los está eliminando. Además de eliminar los poderes separados e independientes. El legislativo es un puro apéndice del ejecutivo. Y el judicial del legislativo: círculo cerrado. Sólo falta la práctica eliminación del pluralismo político que empezará con la nueva Constitución en caso de que sea aprobada.
¿Hay alguien seriamente en la izquierda que pueda defender este desatino? ¿También son de izquierdas los enemigos que Bush tiene en Moscú y en Teherán? ¿O se trata únicamente de recoger todo lo que sirva para fastidiar a Estados Unidos? ¿Acaso ser de izquierdas es ser antiamericano? Yo no lo veo así, en absoluto. En América Latina hay otras izquierdas que vale la pena observar con atención. En Brasil y en Chile, por ejemplo. La izquierda transformadora es la que consigue elevar el nivel de vida de la gente, que todos coman varias veces al día como se propuso Lula, llevar a los niños a la escuela, crear redes de sanidad pública, mejorar la vivienda, dar agua corriente y salubridad, construir redes de transportes colectivos, crear puestos de trabajo dignamente remunerados, y con ello evitar las emigraciones masivas.
La demagogia, el reparto, la revolución, el socialismo castrista, ya se ha visto a qué destino conducen. Esto era la izquierda del siglo XX, de la época de la lucha de clases y de la bipolaridad ideológica, pero ahora, en pleno siglo XXI, en manos de militaristas como Chávez, de déspotas como Putin y de fundamentalistas como Ahmadinejad, todo esto no es la izquierda, no puede ser la izquierda, no queremos que sea la izquierda. Es el fascismo del siglo XXI. Por favor, amigos con el corazón a la izquierda, alejémonos de esta nueva peste negra.
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